Un esquema básico muchas veces simplifica las cosas. Es una realidad que, todos o casi todos, nos perdemos en los vericuetos de nuestras propias motivaciones: por qué hacemos algo, dónde queremos ir, qué queremos hacer y con quién queremos estar.
Esto que al principio parece evidente se va diluyendo en el tiempo cuando nos sumergimos en la vorágine del día a día. Lo que en un primer momento parecía claro y cristalino con el transcurso del tiempo nos va resultando más incierto y confuso.
Algo que en lo personal y en lo profesional nos pasa muy a menudo, si lo extrapolamos a las entidades sin ánimo de lucro donde ya es bastante difícil ir en línea recta (múltiples obstáculos: falta de recurso, carencia de personal, baja capacitación...) la cuestión se complica aún más.
Por todo ello, creo que es conveniente tener un esquema básico al cual recurrir cuando, por cualquier motivo, se ha perdido el Norte.
Si tenemos en cuenta que fundamentalmente hay tres objetivos básicos en cualquier entidad de esta tipología, que eso implica acciones con las que cubrir estas directrices y que, a su vez, estas actividades repercuten en personas. Éste podría ser el diagrama al que acudir:
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Obviamente, cada entidad puede tener su esquema adaptado a sus necesidades y requerimientos pero lo importante es trabajar sobre una base y volver a ella cuando se requiera.
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